martes, 31 de marzo de 2009

31/3/2009

Pasada una semana de la isquemia intestinal aguda y si el paciente tiene intención de recuperarse, puede intentarse la progresiva digestión de las canciones que provocaban la angina intestinal. La aplicación debe realizarse lentamente, en aquellos momentos en los que el paciente esté de buen humor.

Es importante evitar el riesgo de un síndrome de reperfusión, que acabaría con la vida del paciente de forma fulminante. Para ello se puede efectuar la maniobra play-pause repetidamente, hasta que el sujeto sea capaz de digerir la canción entera.

Easy, easy now, you should be proud of yourself...

domingo, 29 de marzo de 2009

Desafío

Yo
os desafío
dioses, vientos, hombres...
a botellas de teatro
a vasos de infortunio
a shots de desamor.
Yo os desafío,
a que me dejéis sin alimentos,
y mataré a mis semejantes,
para devorarlos.
Yo os desafío,
a que me dejéis sin ilusiones,
y yo las dejaré,
pudrirse como la fruta.
Haré de la hiel,
mi bebida,
haré del aire,
toda mi riqueza.
Yo os desafío...
Yo
os desafío.

viernes, 27 de marzo de 2009

Desde dentro

Me pregunto si podría verlo desde dentro. Le he pedido a mis labios que me dejen, pero no han accedido. Desde que hicieron aquel examen de portero profesional se han vuelto insobornables. “Tengo aquí un traguito de Bombay para vosotros, pero tenéis que dejarme pasar”, “De eso nada, ¿tú sabes cuanta Ginebra nos ofrecen a lo largo de la noche?...Danos un beso, y te dejaremos pasar”
No encontré la forma de hacerlo, por mucho que lo intenté. Por eso sólo imagino y me pregunto. Me pregunto si mi lengua escribe graffiti con tu nombre en la parte de atrás de mis dientes cuando duerme esa úvula tan susceptible. Me pregunto si, entre dientes encontraría una copia de esa carta que perdí hace unos días. Dicen que hay que usar seda dental y enjuagarse la boca con fluor.
Me pregunto si hay un salón más allá, un salón con buena acústica para que una laringe presuntuosa ensaye esa canción que nos tiene en vela. Seguro que cuida sus membranas y ligamentos de mil maneras, y le gusta que la admiren, aunque no hay mucho público alrededor, para su desgracia. Me pregunto también si es verdad que a la puerta de los alvéolos se condensa la desgracia como las gotas de rocío sobre las hojas, provocando atelectasias de tragedia que hacen que me falte el aire, o si es el centro respiratorio, que está trabajando en un estatuto de independencia tras las numerosas amenazas de atentado suicida. Todo un misterio
Dicen que las yugulares, asustadas, están construyendo un fuerte de calcio, pues no cuentan con nada más duro y que el antebrazo ha contratado un seguro bastante completo, aunque dudo mucho que cubra Single Use Scalpels y arañazos de gato en agua caliente. Rumores, exageraciones de esas neuronas tan indiscretas que se asoman al patio a tender sus vainas de mielina en las cuerdas que tejen como arañas entre unas y otras.
Me pregunto qué me podría decir el corazón de esto. Si sabe algo o está “dormido”, como dicen las aurículas con cierto grado de femenina ironía que les confiere su carácter de sábana inestable. Y me pregunto qué es de los hematíes, que esperan a la puerta de las coronarias cada llegada de los empujadores de metro; si están tomando un agradable paseo o toca trabajar y esperan el émbolo de las 3 de la mañana.
¿Pero qué hay en los salones superiores? ¿Qué comenta la beautiful people? Como suele ocurrir en las altas esferas, guardan la compostura, desmienten la “rumorología” entre lámparas de araña, diamantes talla piramidal, tiaras de espículas dendríticas y trajes a medida. También, por suerte, inhiben los trapos húmedos en el tubo de escape y modulan la respuesta a los funerales preventivos y las noches de fiesta. Lo que les podría asegurar es que ni “deciden” ni “hacen”. Creo que están ocupadas en biotransformaciones contracorriente, almacenando recuerdos y reajustando parados en los centros de la supervivencia, que no tienen muy al día su normativa de Seguridad e Higiene en el Trabajo. Sea lo que sea, es un misterio y por eso no puedo dejar de preguntármelo. Desde aquí, Papá, te animo a que intentes descubrirlo con uno de tus famosos Golgis.

miércoles, 25 de marzo de 2009

La verdad

La verdad, tan manoseada y tan de nadie, como una de esas fotos de familia llenas de huellas dactilares.
El foco ha encontrado a la verdad completamente desprevenida. La luz demasiado directa se refleja hasta cegar a los que la miran. Mientras, la verdad está distraída, algo cansada en su forma de mirar. Quizá también esté triste.
Una sombra cubre sus labios, como impidiéndole hablar o haciendo que parezca que no tiene nada que decir. La sombra, negra y fría intenta tapar otras partes de la anatomía de la verdad menos íntimas que sus labios. La sombra es el contorno de sus numerosas imperfecciones, de sus derrotas (puesto que la verdad nunca sufre decepciones), de otras formas de mirar que quieren ocultar sus brazos, demasiado delgados para sostenerse como coartada; el contorno de un cuerpo miserable para aquellos que buscan fortuna o fama, demasiado frío para quedarse las mañanas de domingo hasta la hora de comer, y un tanto estéril.
No lo hace por exhibicionismo, la verdad suele contar con pocos testigos, y a diferencia de las películas de acción, la verdad no practica el “si te lo cuento, tendré que matarte”. La verdad es algo entre repugnante y cruelmente hilarante, como un payaso con la pintura corrida, e igual de terrorífico. Por ello, la verdad hace ruido en medio de la noche tratando de despegar a la gente de cierta edad de sus sueños de justicia.
En cambio, cuando la verdad ha despertado, a la luz de los flashes, ha encontrado a su lado un vacío ocupado por sábanas arrugadas, “natureza morta” de un pasado que no huele del todo a mentira, pero que no puede mirar de frente, porque al girar la cabeza el foco podría quemarle los ojos.

lunes, 23 de marzo de 2009

miércoles, 18 de marzo de 2009

Inevitable

Sales del local, más rayado que cansado como dices. Cuando decides que no tienes por qué quedarte te vas y camino de la salida te encuentras con algunos que incluso te agradecen tu ilustre visita. Te abren la puerta para salir del último local que cierra. Hace un par de martes a estas horas llegó demasiado genial, pero hoy ha llegado el momento. Se presentó discretamente hace unas dos horas y cuarto y le has tenido esperando hasta ahora. ¡Qué descortés!
Después escribes a Drusky, para que no se asuste, pero hay que ser realista, te vas a meter en la bañera. En la Gran Vía de Salamanca hay un momento en torno a las 3 o 4 de la mañana en el que conviven todas las razas del mundo. De camino a casa alguien te está siguiendo.
El momento es amargo y lleva horas esperando. No puedes llorar, sabes que eres un impotente del llanto diagnosticado. Y eso que María tenía tanta razón cuando decía “nunca vas a ser feliz”, pero eso ya lo pensaste cuando llegó el momento, que, aunque fue discreto, fue también inesperado. Hace ya casi tres horas menos un cuarto.
Y menos mal que fueron las horas benévolas. Clementes, pasan deprisa, cantan aumentando los BPM, cosa que parece sí servir para algo después de todo. No fue el alcohol, lo sabes, porque las horas te acarician y te libran de ese tormento frío de fingir que no te importa. No puedes llorar pero te sangra la nariz, cosa que en tu lengua es como un sinónimo. La última vez compraste un clavel rojo, y esta vez no tienes nada a mano y por supuesto la manga del abrigo de cashmere no cuenta. Recuerdas: sabes que no serás como Frívola y que Ícaro te entenderá casi perfectamente, “casi”.
Después sorteas al tipo que te iba siguiendo parando en la puerta del Birdland hasta que se va. Haces como que escribes un mensaje del tipo de “no chavales, está cerrado” y él se ve obligado a seguir andando. No puede robarte allí con la poli pasando cada 2 por 3.

Billie es inevitable, nacimos el mismo día, ajustado incluso para la longitud España-Costa Este. Entonces eres casi tan viejo y cirrótico como ella y ya estando en Mirat te da igual. Estás muy cerca.
Al llegar a casa te quitas la ropa de una forma ingrávida y rápida, como una escultura moderna. Parece como con abrelatas. Después ultimas desnudo y a oscuras, el placer de la tan deseada intimidad interpersonal. Chocas sin querer, pero con borracho, con las botellas; y algunas caen. Rezas porque no se rompan porque no quieres cortarte, y por una vez, como por burla, tus plegarias son escuchadas. Después notas que sí te has hecho un corte con el panel de chapa del mueble en la rodilla, pero ni siquiera miras.

Por la mañana despiertas en la bañera. Hay un tipo con pinta de espía apuntando con el cañón de una pistola pegado a tu xifoides. Es el tipo que te estaba siguiendo por la noche, debiste dejarle la puerta abierta al entrar y ni siquiera te diste cuenta. Ha estado moviéndose por toda la casa. Al mirarle a los ojos reconoces al japonés que en el último sitio se dedicaba a escribir tu nombre en el dorso de la mano. Miras como por un reflejo a tu mano izquierda y ves sus trazos como katanas. Él dice: “disfruta de las mariposas en el estómago, hijo de puta, porque ya sabes lo que viene después”.

sábado, 14 de marzo de 2009

SIN METÁFORAS

Llegué al local, demasiado colorido sin ti. Acostumbrado a nuestras estrofas en blanco y negro saboreé todos aquellos colores como un trago de Amareto. Sabía que no vendrías. Pedí una cerveza y pensé en liarme con aquella chica rubia para castigarme por no tenerte cerca, pero al final no fui capaz. Las horas se borraron en mi memoria. Salí de allí y fui a buscarte. También sabía que no iba a encontrarte, pero esclavo de un impulso obsesivo no podía hacer otra cosa. Ni siquiera fui a los sitios en los que pensé que podrías estar. Era algo demasiado desesperado como para tener, siquiera, algún sentido. Después llegue a casa. Eché de menos aquella otra vida en blanco y negro, sólo de sonrisas y música suave, de autodestrucción y de destrucción recíproca, de lacerante aproximación. Me quité esa ropa que tú llamarías “pija” o “elegante” dependiendo del momento. Fui al espejo y me tatué algo en el pecho con una aguja al rojo. Eso al menos consiguió calmarme. Después me dormí imaginando que tenía el valor de intentarlo en aquel local en el que tú no habías estado aquella noche…

…Y de lo que les ocurrió a los habitantes de Nueva Guinea, una gran isla demasiado pequeña para no ejercer el canibalismo…

Por la tarde salgo de mi casa. Hace un día de temprana primavera salmantina, con un cielo azul que contradice el viento glacial y todo el mundo en la calle Toro, como si hiciese menos frío hoy que ayer, como si lo hubiese dictado así el alcalde. En la tienda de regalos la dependienta me reconoce y frunce el ceño inquisitiva. Yo estoy más pendiente de que el corte que me he hecho en el pecho no sangre tanto como para traspasar la camiseta y manchar el jersey blanco.
Después una masa crítica de ciudadanos reconoce la pena en el transeúnte de camino a la floristería. Al llegar allí, un hombre desconfiado encarga una rosa:
_Esto ha de ser…usted no lo puede ver, yo se lo escribo sin que…
_Tranquilo que yo no lo voy a mirar pero tiene usted que decirme dónde quiere que lo enviemos.
_Verá, es para mi mujer, ¿sabe? que está en Gerona. Es su cumpleaños…¿Está esto bien?
_Sí hombre, una rosa es un buen regalo sí
_Pero ¿dónde está Interflora?
_Interflora somos nosotros
_Pero usted esto no lo puede leer_y aparta la pequeña tarjeta que había llevado consigo para que nadie la lea.
_¿Este joven va con usted?
_No, no…¡que va!_.
Compro un clavel rojo y tapo el jersey a la altura del corte. De camino a casa encuentro un hombre ciego en un paso de cebra. Choca con su vara en mi pierna, y le agarro del brazo._No se preocupe, yo le ayudo_.Entonces pienso que el ciego no podrá verme, pero que está oyendo el hilo de música que sale del auricular y ahora está asustado por la negrura de mi alma. Al haber perdido la vista, las personas que él imagina en su cabeza, que percibe por sus voces y por el contacto, tienen los colores del alma. Cuando se habla de ciegos, ya no se trata de una masa crítica, sino de un porcentaje mucho mayor (%, eso sí, con los dos ceros invidentes) de los ciegos que podrían reconocer la pena del transeúnte de camino de la floristería a casa.

martes, 10 de marzo de 2009

CARDIOMIOPATÍA DE TAKOTSUBO

Esta mañana mientras desayunaba me puse a leer una revista estadounidense que tenía encima de la mesa. La hojeé hasta que me detuve en una noticia médica de divulgación que rodeaba una impactante imagen de un chaval joven y aparentemente sano conectado a todo tipo de máquinas (alguna de las cuales empiezan a serme ciertamente familiares). Uno se preguntaba qué podía pasarle a aquel sano espécimen y el artículo no tenía subtítulo alguno que acotase un título poco más que mudo: CARDIOMIOPATÍA DE TAKOTSUBO.
Leí la noticia una primera vez, poco dispuesto a prestarle la atención que luego me reclamaría. Por lo que parecía, el caso había estado incluido en una trama médico-detectivesca, más propia de un capítulo de House que de la vida real. Los médicos, extrañados por el raro cuadro del joven, ni siquiera habían podido idear una solución cuando la cura sobrevino de forma espontánea.
El chaval se había desmayado en el Campus de su Universidad. Sus compañeros habían llamado a la ambulancia. En cuanto los profesionales llegaron al lugar de autos, comprobaron que aquel desmayo era poco de esos típicos episodios para poner las piernas en alto al enfermo y sentirse un héroe mientras llegan los del 112, poco de esos chismes de vecindad que relatan la imperturbable actuación de algún conocido ante el desmayo de un transeúnte en la calle comercial. Las constantes vitales del joven estaban más cerca de las de un moribundo: el pulso que midieron los doctores, no sin dificultad, era el de un agonizante.
Las horas que siguieron al inexplicable suceso fueron muy angustiosas. La familia se presentó en el hospital. Los médicos continuaban muy desorientados: el paciente parecía no poder morir, pero permanecía en una situación de urgencia que tuvo a todos al borde de sus capacidades psíquicas durante varias horas.
Entonces, como en los finales del cine negro, los acontecimientos se sucedieron rápidamente. Los médicos más jóvenes empezaron a sospechar que se trataba de un asunto de drogas. No coincidía mucho con el perfil del paciente, pero antes de que los análisis llegasen, uno de los residentes observó una extraña marca en la cara interna del muslo izquierdo del paciente: un tatuaje casero, por lo tosco, y se trataba de una palabra. Aunque los padres se mostraron desconcertados, un amigo preocupado había pasado por el hospital y cuando vio aquella palabra sin significado todo comenzó a cobrar sentido. Resultó que aquel vocablo demoníaco era la clave del ordenador del joven.
Los padres no quisieron separarse de la cabecera de la cama de su hijo, pero dejaron que el amigo fuese a casa y comprobase la información en el portátil con uno de los residentes. Buscaron archivos durante casi una hora hasta que encontraron entre los recientemente abiertos, uno en el que el moribundo relataba sus vivencias minuciosamente en un extenso diario.
Todo estaba ya solucionado. De todas formas, cuando Sherlock y Mr. Watson llegaron al hospital el joven había comenzado a abrir los ojos. El caso se hizo público rápidamente, y también las vergonzantes circunstancias de aquel extraño choque.
Una historia de desengaños amorosos había precedido el sorprende acontecimiento. En aquellas páginas de ceros y unos el joven había relatado sus inconfesados sentimientos por una compañera de facultad. Las circunstancias les habían llevado a coincidir varias veces en los últimos días, lo que inicialmente había acrecentado las buenas esperanzas del joven. Después de una increíble borrachera salió a la luz la razón por la que aquella chica nunca podría quererle, y él, celoso aún del secreto, sintió como le arrancaban el corazón de cuajo.
Durante los días siguientes empezó a notar cansancio, una pena intensa que le permitía a duras penar levantarse de la cama y le obligaba a estar encorvado. Más adelante llegaron los hormigueos en las extremidades, que se intensificaban cuando los protagonistas se encontraban cara a cara.
La mañana que ocurrió todo, ella le había visto llegando a clase y aceleró un poco el paso para alcanzarle. Cuando llego hasta él le puso una mano en el hombro; él se giró bruscamente y sufrió tal conmoción que empezó a notar cómo su corazón ya no podía bombear más y faltaba el aire, según cuenta él mismo más tarde. Unos segundos bastaron para que se produjese el shock.
En las semanas precedentes nadie había notado nada. El chaval era un tío sonriente, siempre dispuesto a bromear y con muy buen carácter, según cuentan sus compañeros de clase.
Las pruebas morfofuncionales con isótopos radiactivos comprobaron que el corazón estaba uniformemente sano y sólo se observaba un recuperable debilitamiento del miocardio. La semana siguiente al desmayo, el joven se reponía sin problemas. Los médicos, fascinados por el caso, le sometían a todo tipo de pruebas, aunque según él mismo decía, la prueba más dura iba a ser asimilar aquella irrupción tan violenta en su oculta biografía, en aquellos relatos que contenían sus pensamientos más prohibidos detallados hasta la más pequeña partícula, y sobre todo, superar la vergüenza de que hubiese salido a la luz todo aquello debido a la enorme repercusión médica, pero sobre todo mediática, que había tenido el caso.

viernes, 6 de marzo de 2009

La gran ciudad

La gran ciudad. Camina a contracorriente en un mar de gente, se da cuenta de que no existen las miradas, ni los olores, ni las líneas. Cada roce es espúreo y cada rayo proyectado. En cambio, no hay nada más real que las huellas en el asfalto, que nadie ve. Destila a diario los principios de cada sensación, por miedo a que un día pueda oler ese perfume y pensar que es real. Y cada día, lo anota en su cuaderno de bitácora, sabiendo que no conocerá jamás la parada con conexión al mundo real, que es un mero observador, más cárcel que...que la gran ciudad.

martes, 3 de marzo de 2009

Por suerte

Aquella noche, por suerte, no fue exactamente como perfumar un cadáver

lunes, 2 de marzo de 2009

No sé hacerlo

No sé hacerlo si no estoy borracho...no sé sonar convincente...te lo digo: no es la última vez, pero ahora sólo necesito un poco, sólo un poco...
...y allí estoy; sentado, hecho un pequeño ovillo en la habitación más grande, los brazos rodeando las piernas flexionadas y la cabeza apoyada sobre las rodillas. Sí; es uno de los placeres de vivir solo; todo el cuerpo me huele al tabaco de menta pero sin ron, porque los tipos como yo sólo tomamos Gin&Tonic...
...sólo un breve paréntesis para poner lo mejor de billie: esta vez, I cover the waterfront, pero la versión que a mí me gusta...después They say y Strange Fruit, y de ahí más y más tóxico; porque deberías haberme visto pidiéndole por favor a la luna llena; y eso no era una actuación, sino el delirio...
...tuve suerte de sobrevivir a aquel corto viaje...las gafas de sol son una cuestión de actitud. Mientras el ruido del motor en marcha amortiguaba los latidos de mi corazón y yo me hacía el dormido te pregunté si ya había respirado amargo suficiente...poco después descubrí, leyendo unas encuestas a internautas menores de 22 que no, que no había sido suficiente...
no es verdad que lo que no te mata te hace más fuerte. Porque desde que sobreviví a aquel viaje he deseado la muerte todos y cada uno de los días de mi vida...al menos cuando estoy sentado desnudo en el suelo del salón de mi casa, borracho, pues de otra forma, no sé hacerlo...no sé sonar convincente...te lo digo: no es la última vez, pero ahora sólo necesito un poco, sólo un poco...