domingo, 28 de diciembre de 2008

Confidencias

Y entonces llegó un momento de mi vida en el que ni el diario podía arrancarme confidencias. Lloré y cante en secreto. Dormí desnudo en la alfombra bajo la luz de luna. Hablé sólo con mis borracheras al cerrar la puerta de hierro de mis metros cuadrados, y por una vez no importaba cuantos, porque sólo hacían que cercar el estrecho cuarto de mi tórax.
Amé demasiado, reescribí mis historias con humo, sangré del alma, y para acompañarlo, por qué no, del cuerpo; envuelto en una maraña de pinceles, revuelto en un fangal de oleo y tiza, de lágrimas y funeral. Grité fuerte y bajo todas las noches de aquel otoño. Perdí la cabeza, rocé la psiquiatría por dentro, salté de dolor y fui en los amaneceres el mutilado.
Cuando todo aquello hubo cicatrizado en un dolor sordo, permanente, casi funcional; cuando la hiel caliente se me hubo subido del todo a las mejillas y dejé de sentir las manos y los pies...salí, bebí, soñé en la calle, meé ahogando la mugre de mis propios recuerdos, difuminando luces de neón, adornos de navidad, vidrieras del Birdland, caras de oscuros rincones nunca visitados...
Después...después llegue a casa, hablé un poco más bajo, madrugué al día siguiente y entonces... y entonces llegó un momento de mi vida en el que ni el diario podía arrancarme confidencias.