miércoles, 21 de abril de 2010

Pensamientos

Mientras se dirigía a la facultad recordaba aquella regla que había compuesto al acariciar las manos de su abuela. Podría despreciarse a sí mismo por establecer una asociación casi incestuosa entre las mañanas después y sus recuerdos más cándidos, pero sabía lo frecuentes que eran tales prácticas entre algunas manadas de bonobos, y que la génesis de todo cariño reposaba en la sucia tierra de lo sexual. "Todo brillo puede dividirse en dos categorías, sin puritanismos: un brillo joven, lubrificado, manifiestamente sexual, y el brillo viejo de la desesperación, de las pinturas de noche y la piel cuarteada, de la gloria envejecida".
Y entretanto, comenzaba a llover de una forma vaga y cómoda, como un regalo irregular de la naturaleza, sobre los claros que en el suelo dibujaban islotes de nubes negras. Las gotas caían sobre los pensamientos morados de la Avenida de Alemania, y éstos saltaban ambiciosos cuando una de ellas acertaba de lleno en el centro de sus aspiraciones tontorronas, como sonríen los niños la mañana de Reyes, o quizás justo antes de hacer el amor.

domingo, 18 de abril de 2010

Hoy tú eres yo

-Tú eres yo, un yo pasado, un yo que era, un yo que fue, un yo muerto.
-Tú eres yo y yo te condeno; eres mediocre, y yo te condeno; eres tediosa, y yo te condeno; eres estéril y yo te condeno.
-Tiempo ha que ha muerto la ilusión que te nutría, y hoy yo blindo esta noticia a la esperanza.
-Calla mucho y sonríe a medias, te ayudará a mantener la ilusión de mi leyenda.
-Cásate por conveniencia y no llores acompañada, te ayudará a creer que no me mereciste.
-Tú eres yo, un yo viejo, un yo costra, un yo piel de serpiente abandonada en el camino; y ahora que ya lo sabes, agoniza en la seguridad de mi ignorancia sin coqueterías. Estás muerta. Tú eres yo, y yo te condeno.

Retrato de un hombre vencido

No encuentro la forma de decirlo y las palabras deshacen la intensidad de mis pensamientos. Suena el reloj. Siento cómo el amanecer fuerza la ventana de mi habitación. Aún sin abrir los ojos, veo el vapor que se eleva sobre el pelo de las ratas imitando las formas de tu cuerpo.
Sé que fuera hace frío. Con los labios bajo las sábanas, susurro algo hacia mi pecho. Pronto cesa el breve engaño y la dureza blanca de tu ausencia me aprisiona en mi cordura.
Así comienzan las mañanas. Hago una cosa y la otra. Voy a misa temprano, expuesto al aire de la ciudad que compartimos. Olvido el frío y camino despacio, porque no hay nada mejor que saberme respirar los restos de tu aliento. Y aún en el momento más sagrado, cuando el sacerdote levanta la Carne, cuando adoro a mi Dios con todo el fervor, postrado ante el misterio de la Consagración…aún en ese momento, infectas mi mente con tu santa imagen. Es entonces (con el anuncio de la transfiguración que hace una pequeña campana) que sueño que rezo a tus pies, abandonando la cabeza en tu regazo, entregando al altar de tu placer la más tierna de mis oraciones… Y los fieles que me rodean, confunden mis exhalaciones con el éxtasis más puro; y lágrimas de esas, lentas y pesadas como las gotas de la cera, se dejan caer para estrellarse contra el reclinatorio.
Parece inevitable. Voy a morir de amor y me niego a recibir el Santo Sacramento. Mis días transcurren en esa apatía letal de la fiera que se entrega a su destino. Soy un blasfemo, pero temo menos al ejército de ángeles que viniera a castigarme que vivir un sólo minuto más sin ti, y no deseo otra cosa que morir en pecado si es verdad que no puedo conseguirte.
Por favor, te lo ruego…

martes, 13 de abril de 2010

Leyenda

Pero aún cuenta la leyenda, que allá por los años treinta, y saltándose las restricciones que imponía el matrimo y el decoro, no se hablaba de otra cosa en Plasencia. Y es que entonces las calles de la vieja población recogieron las voces que decían:

no hay en Plasencia,

otras dos beldades,

P. G. de S.

y T. S., (mi abuela).