sábado, 14 de marzo de 2009

SIN METÁFORAS

Llegué al local, demasiado colorido sin ti. Acostumbrado a nuestras estrofas en blanco y negro saboreé todos aquellos colores como un trago de Amareto. Sabía que no vendrías. Pedí una cerveza y pensé en liarme con aquella chica rubia para castigarme por no tenerte cerca, pero al final no fui capaz. Las horas se borraron en mi memoria. Salí de allí y fui a buscarte. También sabía que no iba a encontrarte, pero esclavo de un impulso obsesivo no podía hacer otra cosa. Ni siquiera fui a los sitios en los que pensé que podrías estar. Era algo demasiado desesperado como para tener, siquiera, algún sentido. Después llegue a casa. Eché de menos aquella otra vida en blanco y negro, sólo de sonrisas y música suave, de autodestrucción y de destrucción recíproca, de lacerante aproximación. Me quité esa ropa que tú llamarías “pija” o “elegante” dependiendo del momento. Fui al espejo y me tatué algo en el pecho con una aguja al rojo. Eso al menos consiguió calmarme. Después me dormí imaginando que tenía el valor de intentarlo en aquel local en el que tú no habías estado aquella noche…

…Y de lo que les ocurrió a los habitantes de Nueva Guinea, una gran isla demasiado pequeña para no ejercer el canibalismo…

Por la tarde salgo de mi casa. Hace un día de temprana primavera salmantina, con un cielo azul que contradice el viento glacial y todo el mundo en la calle Toro, como si hiciese menos frío hoy que ayer, como si lo hubiese dictado así el alcalde. En la tienda de regalos la dependienta me reconoce y frunce el ceño inquisitiva. Yo estoy más pendiente de que el corte que me he hecho en el pecho no sangre tanto como para traspasar la camiseta y manchar el jersey blanco.
Después una masa crítica de ciudadanos reconoce la pena en el transeúnte de camino a la floristería. Al llegar allí, un hombre desconfiado encarga una rosa:
_Esto ha de ser…usted no lo puede ver, yo se lo escribo sin que…
_Tranquilo que yo no lo voy a mirar pero tiene usted que decirme dónde quiere que lo enviemos.
_Verá, es para mi mujer, ¿sabe? que está en Gerona. Es su cumpleaños…¿Está esto bien?
_Sí hombre, una rosa es un buen regalo sí
_Pero ¿dónde está Interflora?
_Interflora somos nosotros
_Pero usted esto no lo puede leer_y aparta la pequeña tarjeta que había llevado consigo para que nadie la lea.
_¿Este joven va con usted?
_No, no…¡que va!_.
Compro un clavel rojo y tapo el jersey a la altura del corte. De camino a casa encuentro un hombre ciego en un paso de cebra. Choca con su vara en mi pierna, y le agarro del brazo._No se preocupe, yo le ayudo_.Entonces pienso que el ciego no podrá verme, pero que está oyendo el hilo de música que sale del auricular y ahora está asustado por la negrura de mi alma. Al haber perdido la vista, las personas que él imagina en su cabeza, que percibe por sus voces y por el contacto, tienen los colores del alma. Cuando se habla de ciegos, ya no se trata de una masa crítica, sino de un porcentaje mucho mayor (%, eso sí, con los dos ceros invidentes) de los ciegos que podrían reconocer la pena del transeúnte de camino de la floristería a casa.

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