miércoles, 18 de marzo de 2009

Inevitable

Sales del local, más rayado que cansado como dices. Cuando decides que no tienes por qué quedarte te vas y camino de la salida te encuentras con algunos que incluso te agradecen tu ilustre visita. Te abren la puerta para salir del último local que cierra. Hace un par de martes a estas horas llegó demasiado genial, pero hoy ha llegado el momento. Se presentó discretamente hace unas dos horas y cuarto y le has tenido esperando hasta ahora. ¡Qué descortés!
Después escribes a Drusky, para que no se asuste, pero hay que ser realista, te vas a meter en la bañera. En la Gran Vía de Salamanca hay un momento en torno a las 3 o 4 de la mañana en el que conviven todas las razas del mundo. De camino a casa alguien te está siguiendo.
El momento es amargo y lleva horas esperando. No puedes llorar, sabes que eres un impotente del llanto diagnosticado. Y eso que María tenía tanta razón cuando decía “nunca vas a ser feliz”, pero eso ya lo pensaste cuando llegó el momento, que, aunque fue discreto, fue también inesperado. Hace ya casi tres horas menos un cuarto.
Y menos mal que fueron las horas benévolas. Clementes, pasan deprisa, cantan aumentando los BPM, cosa que parece sí servir para algo después de todo. No fue el alcohol, lo sabes, porque las horas te acarician y te libran de ese tormento frío de fingir que no te importa. No puedes llorar pero te sangra la nariz, cosa que en tu lengua es como un sinónimo. La última vez compraste un clavel rojo, y esta vez no tienes nada a mano y por supuesto la manga del abrigo de cashmere no cuenta. Recuerdas: sabes que no serás como Frívola y que Ícaro te entenderá casi perfectamente, “casi”.
Después sorteas al tipo que te iba siguiendo parando en la puerta del Birdland hasta que se va. Haces como que escribes un mensaje del tipo de “no chavales, está cerrado” y él se ve obligado a seguir andando. No puede robarte allí con la poli pasando cada 2 por 3.

Billie es inevitable, nacimos el mismo día, ajustado incluso para la longitud España-Costa Este. Entonces eres casi tan viejo y cirrótico como ella y ya estando en Mirat te da igual. Estás muy cerca.
Al llegar a casa te quitas la ropa de una forma ingrávida y rápida, como una escultura moderna. Parece como con abrelatas. Después ultimas desnudo y a oscuras, el placer de la tan deseada intimidad interpersonal. Chocas sin querer, pero con borracho, con las botellas; y algunas caen. Rezas porque no se rompan porque no quieres cortarte, y por una vez, como por burla, tus plegarias son escuchadas. Después notas que sí te has hecho un corte con el panel de chapa del mueble en la rodilla, pero ni siquiera miras.

Por la mañana despiertas en la bañera. Hay un tipo con pinta de espía apuntando con el cañón de una pistola pegado a tu xifoides. Es el tipo que te estaba siguiendo por la noche, debiste dejarle la puerta abierta al entrar y ni siquiera te diste cuenta. Ha estado moviéndose por toda la casa. Al mirarle a los ojos reconoces al japonés que en el último sitio se dedicaba a escribir tu nombre en el dorso de la mano. Miras como por un reflejo a tu mano izquierda y ves sus trazos como katanas. Él dice: “disfruta de las mariposas en el estómago, hijo de puta, porque ya sabes lo que viene después”.

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