miércoles, 25 de marzo de 2009

La verdad

La verdad, tan manoseada y tan de nadie, como una de esas fotos de familia llenas de huellas dactilares.
El foco ha encontrado a la verdad completamente desprevenida. La luz demasiado directa se refleja hasta cegar a los que la miran. Mientras, la verdad está distraída, algo cansada en su forma de mirar. Quizá también esté triste.
Una sombra cubre sus labios, como impidiéndole hablar o haciendo que parezca que no tiene nada que decir. La sombra, negra y fría intenta tapar otras partes de la anatomía de la verdad menos íntimas que sus labios. La sombra es el contorno de sus numerosas imperfecciones, de sus derrotas (puesto que la verdad nunca sufre decepciones), de otras formas de mirar que quieren ocultar sus brazos, demasiado delgados para sostenerse como coartada; el contorno de un cuerpo miserable para aquellos que buscan fortuna o fama, demasiado frío para quedarse las mañanas de domingo hasta la hora de comer, y un tanto estéril.
No lo hace por exhibicionismo, la verdad suele contar con pocos testigos, y a diferencia de las películas de acción, la verdad no practica el “si te lo cuento, tendré que matarte”. La verdad es algo entre repugnante y cruelmente hilarante, como un payaso con la pintura corrida, e igual de terrorífico. Por ello, la verdad hace ruido en medio de la noche tratando de despegar a la gente de cierta edad de sus sueños de justicia.
En cambio, cuando la verdad ha despertado, a la luz de los flashes, ha encontrado a su lado un vacío ocupado por sábanas arrugadas, “natureza morta” de un pasado que no huele del todo a mentira, pero que no puede mirar de frente, porque al girar la cabeza el foco podría quemarle los ojos.

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