Pero aún cuenta la leyenda, que allá por los años treinta, y saltándose las restricciones que imponía el matrimo y el decoro, no se hablaba de otra cosa en Plasencia. Y es que entonces las calles de la vieja población recogieron las voces que decían:
no hay en Plasencia,
otras dos beldades,
P. G. de S.
y T. S., (mi abuela).
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