viernes, 18 de septiembre de 2009

Bochorno (IV)



Las lluvias de principios de abril dieron paso a un aire zéfiro que empujaba la espuma de los cielos a besar el suelo dormido del invierno. La ciudad de piedra sembraba el calor de los días en sillares de oro, y germinaba un ambiente de bochorno en el tráfico, las oficinas, los hospitales.
Enrollado en las sábanas, rociado de sudor, apagué el despertador y me quedé remoloneando con las manos entre las piernas. Sentí un bulto en el testículo izquierdo. No lo había notado hasta esa misma mañana. Me levanté de un salto.

A mediados de abril me extirparon el testículo y lo sustituyeron por una prótesis plástica. Aquel día tenía cita con el médico. Esperé en una sala blanca, muy limpia e inerte, sillones chester del mismo color y una mesa baja en estilo futurista. Sobre la mesa una orquídea se marchitaba junto a una máquina de café de última generación.

Estudiando mi tumor lo habían hallado bien delimitado por una cápsula fibrosa, aunque poco diferenciado. El cariotipo reveló un número sorprendentemente alto de células X0 incluso en la parte sana de mis cojones. Ocurre a veces.
A veces, durante el desarrollo temprano de la gónada una célula pierde su cromosoma Y, pero, ajena a su monstruosidad, sigue dividiéndose para formar una parte variable de la masa celular de los testículos. Al llegar a término el embarazo, estas células suelen encontrarse ya todas quiescentes, petrificadas, inservibles como putas momias.
Tenía aquel escueto informe entre el doctor y yo.
Estéril.
Con una cantidad tan baja de espermatozoides funcionales la posibilidad de que pudiese fecundar un óvulo con una de mis corridas era tan baja como encontrar una aguja en un pajar, y por ello, aquella primavera se había consagrado en el santuario de la esterilidad, en el páramo de mi oscura personalidad, en el yermo de las intenciones.

Cerré la puerta de casa, puse el tapón de la bañera y abrí el grifo. Me desnudé todo a lo largo del pasillo, caminando a trompicones. Al llegar a la habitación me paré en seco. En la oscuridad, se me cayó la maraña de ropa que mecía en brazos. Del lado de aquella cremallera de carne parecía tan vivo, tan natural, que estuve absorto unos segundos palpando, intentando encontrar la diferencia, pero no pude.
Volví hacia la luz halógena al fondo del pasillo. Con el alma en blanco, el cuerpo desnudo mostraba un orden de sinceridad diferente al de hacía un mes. Al llegar la puerta del baño el zureo del grifo abierto se me clavó en el sexo. Una luz similar a la de las salas de maternidad me sostuvo en la entrada unos segundos, en ese limbo de los inconscientes.

El olor a sangre caliente se hacía más y más intenso y me trepó los proyectos, y me enredó los ojos a la bañera llena. Cerré el grifo: en el agua estancada flotaba el cadáver de un bebé ahogado. La sangre se le había salido del cuerpo y se había mezclado con el agua caliente. Sentado en el borde de la bañera cogí el cadáver hinchado de la criatura, que chorreó como una esponja, y me lo apoyé sobre el pecho, con la cabecita sobre mi hombro izquierdo. Despacio me deslicé en el interior de la bañera, que rebosó sangre.

A finales de abril volví a clase. El cielo azul intenso era el pasto de gordos borregos, el espejo de la hierba del campus verde y crecida, florecida de margaritas blancas. Pasé por un jardín de rosales de fuerte olor, que cosechan en primaveral atracción los amantes de Salamanca. Los arces exhibían pretenciosos los retoños verde limón.
Aquello no se lo conté a nadie, a nadie, y preparé un viaje, quizás sin retorno, a alguna isla de Cook. La gente como yo no tiene verdaderos amigos, ni mujer (o hijos), ni sale en los anuarios, ni acude a las reuniones de los 25 años.

2 comentarios:

jaio dijo...

Por dios! no faltes a la reunión de los 25 años! eres la pieza clave de la intriga!!

Ray Haller dijo...

Ahora me leo el último que has subido. Éste, por su parte, no puedo describírtelo. No voy a comentarlo, me siento pequeñísimo a su lado. Su significado no va a poder cercarse en menos líneas de las que has usado tú, y me ha dolido, he intuido tu propio dolor, y una suerte de terror que...