lunes, 25 de mayo de 2009

Hay un Dios

Hay un dios ahí arriba.
Hay un dios ahí arriba, sin duda.
Hay un dios que señala, que se mete las cosas en la boca, que está en la edad del por qué y a todos condena a nombres en-cadena perpetua (y los barrotes son el código de barras del DNI) o al garrote de la clandestinidad. Hay un dios ahí arriba que traviste los niños en inocentes, y los besos en perversos, y después hace que se peleen tirando migas de pan entre ambos.

Hay un dios ahí arriba que quema las hormigas con una lupa mientras éstas se apresuran al colegio, que da de fumar esperanza a los sapos y marihuana a los príncipes con apellido. Hay un dios que coloca teas en las aberturas del frac para que los pingüinos alumbren las galas y cuece los sueños para poder tejer largos velos de novia.
Un dios que arranca los ojos al sexo y le deja las palabras entre las piernas, para que sea más ciego que el amor. Un dios que amputa las aurículas a los deseos, para ver si aletean; y disfruta viéndolos estrellarse contra el suelo como pompas de jabón.

Hay un dios que atraviesa insectos y los clava a la espuma con costillas afiladas. Hay un dios que deja a las moscas sin piernas y a los hombres sin patas; que ve morir los cuerpos y los apila en vertederos de eternidad

Hay un dios que imprime con martillo los desastres (los de la Guerra) en camas circunvolucionarias, y pone los yugos de los bueyes a los cerebros en las revoluciones de ciento ochenta grados (y, por tanto, involuciones).

Pero, hay… un Dios… aquí arriba. Sin duda.
Hay un Dios aquí arriba que graba los caprichos (los de Goya) sobre la piel de dos desconocidos.

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